Querido diario,
Hoy ha sido un día que siempre atesoraré en mi corazón. En mi sexto día en Perú, finalmente tuve la oportunidad de conocer la legendaria ciudad perdida de los Incas, Machu Picchu. Cada paso que di en este lugar mágico me acercó más a la grandeza de una civilización pasada y a la maravilla de la naturaleza.
Mi día comenzó con un viaje en un tren panorámico desde la estación de tren en Ollantaytambo. Mientras el tren avanzaba por los valles y las montañas, me encontraba absorta en la belleza de los paisajes que pasaban frente a mis ojos. La naturaleza imponente y exuberante de Perú parecía saludarme en cada curva del camino.
Finalmente, llegué a Machu Picchu, y la vista que se reveló ante mí me dejó sin aliento. Las majestuosas ruinas incas parecían surgir de la montaña, como un tesoro oculto que finalmente se mostraba al mundo. Mi guía me llevó a través de esta maravilla arquitectónica, compartiendo historias y hechos sobre la ciudadela y su significado en la historia inca.
Caminar por los senderos de Machu Picchu fue como caminar en el pasado. Cada piedra, cada estructura tenía una historia que contar, y sentí una conexión profunda con la civilización que había habitado este lugar siglos atrás. La vista desde la cima de la montaña era simplemente impresionante, como si estuviera en la cima del mundo.
Después de explorar esta maravilla durante horas que pasaron volando, tomé el tren de regreso a Ollantaytambo, donde pasaré mi segunda noche en el Valle Sagrado. El aire fresco de la montaña me abrazó mientras me relajaba y reflexionaba sobre el día que había tenido. Me sentí agradecida por la oportunidad de estar en este lugar sagrado y por la belleza que había presenciado.
Mañana, continuaré mi travesía por el Valle Sagrado, con mi corazón lleno de gratitud y asombro. Cada día en Perú me acerca más a la esencia de este país y a la comprensión de su rica historia y cultura. Hasta la próxima, querido diario, mientras sigo compartiendo mis emociones y descubrimientos en este viaje de ensueño.
Con asombro y gratitud,
Claudia Montenegro
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